El primer año



Ha pasado un año desde que la vi por primera vez. Un año desde que conocí esos ojos grandes, con largas pestañas, como de animación japonesa; esa carita de muñeca. Un año desde que al fin pude abrazarla y olerla; desde que pude hablarle mirándola a los ojos. Un año entero ha pasado desde que dejó mi cuerpo, su primer hogar, y comenzó a respirar por su cuenta. Se adelantó la pilla, tal vez porque mi vientre se le hizo chico, igual que ahora su corral y la casa… pienso que quizá le pase lo mismo con este planeta.
Ha pasado un año y es imposible no hacer algunas reflexiones sobre lo que ha sido éste, su primer año de vida extrauterina. Veo sus fotos de recién nacida y apenas puedo creer lo pequeñita que era… es cierto cuando dicen que se te pasa el tiempo volando (aunque algunas noches de desvelo te parezcan una eternidad). Veo a ese ser arrugado y rosadito, que tanteaba el aire sin parar, como buscando algo, y luego a esta niña que tengo al lado y se ríe… y sí, es la misma criatura, ahora con algunos dientes, caminando ¡y hasta hablando! Y todo en tan solo un año.
Creo que lo más difícil fue el comienzo, y no porque después sea más fácil –no lo es-, sino porque el cambio es demasiado drástico; el embarazo -si bien nunca está exento de molestias y en algunos casos puede ser muy complejo… y yo hablo en general-, en comparación con el puerperio, es una taza de leche. Para graficar esto, puedo decir que el dolor y el cansancio que te venían saludando desde lejos ahora se abalanzan sobre ti de golpe, te dejan en el suelo y se te sientan encima. Y así, en estado de bulto, debes atender a tu cría, que no sabe nada de aquello y que tiene hambre, y frío, y caca… y miedo porque despertó y no estás. Y así te pasas día y noche, semana tras semana: sueño, llanto, teta, caca, sueño, dolor, teta, dolor, sueño, llanto, caca, sueño… Y cuando ya creías que te volverías loca, que ya no podías más (como al mes y medio o dos) comienza a lanzarte, como un salvavidas, sus primeras sonrisas voluntarias, cada vez más amplias, mostrando sus encías desnudas; y más adelante a reír a carcajadas… y tal como en Monsters Inc. logras cargar tus pilas con ellas. Y así, de a poco, muy de a poco… porque eres fuerte -y porque no te queda otra, la verdad-, vas logrando levantarte de nuevo; eso sí, con aquellos dos no invitados sentados sobre ti todavía. Pero pasado un tiempo te das cuenta de que ese dolor que tanto te pesaba parece que se aburrió y se fue a joder a otra -aunque de repente se asoma un ratito por ahí en tu espalda o tu cuello- y el cansancio como que se ha puesto buena onda y ahora es casi tu amigo, te acompaña siempre, pero no te impide vivir tu vida y hasta te parece que te ayuda a focalizarte, porque dejas de perder el tiempo en nimiedades o con gente que no te importa.
De ahí en adelante como que vas agarrando el ritmo. Te habitúas a esa vigilia medio amodorrada, a ese duermevela que es ahora tu sueño, a ese ente extraño y ojeroso pero vagamente familiar que te observa en el baño cada mañana. Y tu guagua crece y hace ruiditos y globitos de saliva, y ya no te duele tanto darle pecho, y vas encontrando las posiciones que más te acomodan para lograr hacerlo y dormir al mismo tiempo. Te adaptas, sí, y mejor de lo que hubieras creído. Empiezas a encontrar rica la cerveza sin alcohol y, por ahí, comprando pañales, descubres maravillas como el test de alcohol para leche materna. Y tu guagua crece y crece, y si tienes suerte empieza a dormir varias horas de corrido en las noches (yo me creí afortunada durante unos dos meses, después volvió el caos… para quedarse). Y luego empieza a comer sus papillas y frutas, y ver su cara de sorpresa  con cada nuevo sabor, y el entusiasmo con que analiza cosas tan simples como un zapato, te hace sonreír y pensar que sí, ha valido la pena. Lo mejor han sido esos pequeños hitos, eso que para otros pasa desapercibido, pero para ti, que has estado junto a ella todos los días de su vida, desde que apenas se movía como una oruga, oírla reír por primera vez, ver sus primeros pasos, o escucharla decirte por primera vez fuerte y claro “mamá” son regalos invaluables.
Y se viene mucho más, obviamente, y tengo mucho que mejorar como mamá. Especialmente, necesito más paciencia -si alguien sabe dónde encontrar, que me dé el dato-, y aprender a organizar mejor mi tiempo, porque se me hace nada… y eso me hace preguntarme con frecuencia cómo lo hacen aquellas mamás de dos, tres y más hijos… mis respetos para ellas. Pienso en mi abuelita paterna, que crió nueve, y ahora más que nunca la admiro; y si la tuviera aquí todavía, le haría reverencias… ya que yo, con una solamente, muchas veces me siento un cero a la izquierda.
Pero aquí estamos, hemos sobrevivido ya un año y hay que celebrarlo. Es hora de alzar una copa de vino –¡Sí, vino! ¡me lo merezco! y para eso está la leche de fórmula y el bendito test de alcohol- y brindar por ella, por nuestra familia… por este año que, sin duda, ha sido de toda mi vida el más hermoso… y el más difícil, pero hermoso… y difícil… y hermoso… y difícil (repítase ad infinitum).

Comentarios

Entradas populares