Una palabra sobre la maternidad




Si tuviera que describir con una sola palabra lo que es para mí la maternidad, esa palabra no sería amor, ni sería dolor, ni alegría, ni miedo o desesperación, aunque todas estas emociones y otras tantas me invaden a diario y a veces varias al mismo tiempo. Sientes alegría y orgullo por esa hermosa criatura que has traído al mundo y a la vez angustia por todo lo que le podría pasar. Sientes ternura al observar cuan tranquila duerme y también un poco de envidia porque hace tanto tiempo que tú no lo consigues. O sientes rabia porque no te deja comer en paz, y vas de mala gana, pero ella al verte te sonríe, y toda tu rabia se derrite y te invade el amor, y la alegría… y luego la culpa… Entonces ¿cómo explicarlo? ¿cómo ilustrar de manera efectiva la ensalada de emociones y sensaciones que trae consigo el convertirse en mamá? Hay una palabra que lo consigue porque las abarca todas y esa palabra es resistencia.  
La vida ahora es resistir. Comienzas resistiendo los dolores del parto, o de la cesárea, y cuando aún estás recuperándote comienza el dolor en los pezones, que tu piraña guagua destruye cada día un poco más; y de tanto mecer a esa criatura -¡que parecía tan liviana!- pronto comienza el dolor de espalda y de brazos y muñecas; y de tanto quedarte dormida amamantándola también sufre tu cuello (sí, las primeras semanas son básicamente dolor… después dolor y algo más). Pero resistes, porque eres mamá y porque es tu guagua, y es hermosa y adorable, y cuando la observas debes resistir la tentación de apretar esos cachetitos redondos y rosados, y de lamerla tal como hacen las gatas, las perras y hasta las leonas con sus crías (eso sí, solo en la cara).
Con el paso de los días y semanas debes aprender a vivir con sueño. Aunque darías un brazo por poder volver a dormir a pierna suelta aunque sea un día, resistes. La cría llora a las tres de la mañana y te levantas a atenderla, tambaleando, chocando con las paredes y las puertas (consejo: déjalas juntas, no cerradas), te instalas a darle teta… y otra vez resistes (o al menos tratas) el sueño para no seguir maltratando tu cuello; se duerme, la dejas en su cuna, se despierta, la vuelves a tomar en brazos, la meces, la paseas, se vuelve a dormir… y apenas detecta el ademán de dejarla vuelve a reclamar, y así te pasas la noche con ella… resistiendo el sueño, y a esas alturas también el hambre y las ganas de hacer pis.
Pero no sólo tu hijo o hija te hace resistir. También debes resistir las críticas que con mucho amor algunas viejas señoras te hacen respecto a la forma en que amamantas, o a cuánto lo arropas, o te salen con que lo/la acostumbras mucho a los brazos. Pero tú les sonríes, o las ignoras… y resistes. Y así aprendes a resistir las ganas de mandar a todos a la mierda con sus consejos inútiles, y también las ganas de darlos a otras mamás más novatas. Resistes, además, las críticas soterradas del pediatra, nutricionista o especialista de turno: que no le ponga chupete, que no use toallitas húmedas, que le dé más pecho… o que no le dé tanto pecho, que los horarios… y te aguantas las ganas de decirle “críela usted, entonces… a ver si es tan fácil”.

       Y así, la lista crece y crece: resistes las ganas de tomarte ese mojito que parece que te hace guiños en cada evento al que vas, o las de comer tal cosa porque a la guagua le da alergia, o tal otra porque se puede hinchar. Resistes la tortura de cambiar esos pañales siniestros, y las ganas de vomitar también cuando ella lo hace sobre ti. Resistes las ganas de llamar a tu mamá para preguntar por cada punto que le aparece a tu guagua en la piel, o cada vez que la caca huele más feo de lo normal, o que regurgita, o que no para de llorar… o simplemente para preguntarle cómo rayos sobrevivió ella contigo; y las ganas de llamar al doctor porque estornudó o porque tiene un poco de tos; y las de llamar a todo el mundo para contarle cada una de sus gracias y publicar cada foto que le tomas; y las de comprarle cada prenda adorable que se te cruce en el camino. Resistes el impulso de apartar de un manotazo a ese niñito que se le abalanza encima. Resistes las ganas de darle una de tus papas fritas para que se calle de una vez. Resistes la tentación de besar su cuello cuando (¡por fin!) se duerme en tus brazos, con la cabeza hacia atrás... y la tentación de risa cuando se cae de manera graciosa o hace un berrinche que te parece adorable.
Resistes las ganas de quitársela al padre cuando juega a lanzarla en el aire. Resistes (casi siempre) las ganas de decirle: “te lo dije”, cuando se lastima o vomita por tanta vuelta. Resistes la envidia que te da verlo roncar a tu lado mientras tú amamantas a las tres de la mañana, y las ganas de despertarlo para pedirle un vaso de agua, o conversar… o lo que sea que te ayude matar el tiempo. Resistes las ganas de gritarle: “¡Esto es tu culpa!”. Resistes las ganas de gruñirle cuando te dice que tienes que darte un tiempo para ti (¡qué más quisieras!), y resistes las ganas de llamar a cada minuto para saber si está bien cuando por fin lo haces; luego resistes esa estúpida pena que te invade cuando te dicen que se portó muy bien y que parece que ni notó tu ausencia, o la culpa (otra vez) si es que te extrañó y no hubo forma de callarla hasta que llegaste o hasta que se durmió, agotada por el llanto; porque eres su mamá, y te necesita tanto.
 Y resistes también la angustia, porque dentro de esa mamá hay una mujer, una persona que tenía una vida, una carrera y mil cosas que ahora parecen haberse esfumado. Y en esas eternas noches de cólicos, sientes ganas de lanzarla por la ventana, o de agarrar tus cosas y simplemente desaparecer. Pero resistes. Noche tras noche te repites como un mantra: Resiste, esto es sólo una etapa. Resiste un poco más… un poco más”.
Pero a veces no puedes más y le gritas, o te vas y la dejas llorando porque necesitas respirar, o llorar también; porque eres mamá, pero también humana y, por tanto, imperfecta. Si hay algo, entonces, que puedo decir a quienes comienzan recién este camino, el mejor consejo que puedo dar, no es más que lo que me repito a mí misma: Resiste un poco más. Resiste.



Comentarios

  1. Siempre he creido que la tv y la gente te idealiza tanto la maternidad hasta el punto de desfigurarla como un paraíso. Por eso me declaro la antimater jajajaj exponiendo todos estos dolores y sometimientos para que la que quiera meterse en este lio lo haga a conciencia y que sepa que no esta sola en su lucha. Creo que hemos de reencontrarnos como género para transmitirnos experiencias, pero no cuando ya estas embarcada en esto, antes de, porque cuando ya eres madre necesitas apoyo y consuelo,no criticas. Podria ser éste el principio de un espacio así.
    Un beso para ti mujer y estamos juntas en la resistencia 💪

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    1. Haz dado en el clavo: somos antimadres. Desmitifiquemos la maternidad y dejemos de compararnos con esa madre ideal que nos metieron en la cabeza y que es tan ajena a la realidad.
      Un abrazo y gracias :)

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